Lo conozco desde que él era un
adolescente. He registrado en mi memoria
como se ha ido adentrando en el teatro poco a poco, como nos seguía en el TIUN y TENOR en los
montajes que dirigía su tío. Pienso, quizás sin temor a equivocarme, que así le fue picando el bichito, hasta que
se armó su propio cuento en la Universidad junto a otros jóvenes, quienes luego
fueron profesionales, políticos, teatristas, padres, quizás hoy ya sean hasta abuelos o abuelas. Algunos se quedaron en la ciudad o
emprendieron rumbos hacia otras geografías.
Pero quien se queda en Iquique se
va impregnando de sus tradiciones y si desea seguir seriamente en el arte se tiene
que ir perfeccionando para ser respetado
por sus pares. Así ha sido el
trascurrir de Ramón Jorquera por las artes escénicas: los zancos, los malabares,
el clown, el espacio mínimo, el
cuentacuentos. Incursionando desde lo social, lo pedagógico, lo corporal, lo terapéutico,
hasta tener su título profesional de Licenciado en Actuación, sumándolo a su anterior
carrera.
Mas bien conocido como “Moncho”, este
se fue bajando de los altos palos, dejando la nariz roja para meterse de lleno en la
reconstrucción de su identidad nortina con un monólogo -hoy se
llaman “unipersonales”- que va
armando la historia de un hombre cincuentón, el hombre enraizado en la religiosidad
popular, un caporal, donde la rutina del trabajo y su responsabilidad laboral
no le permite cumplir con su rol social y peregrino de ser uno en ese universo
que es “La Tirana”.
El texto está bien urdido,
muestra el estrés laboral de un profesional de los números, su vida familiar,
su entorno que se va deteriorando por la rutina a la cual renuncia finalmente para
dedicarse al arte. No es una autobiografía pero pasa a serlo
cuando se desnuda del personaje y se revela como el actor, rompiendo la magia
teatral desplegando su propio mensaje existencial.
Este fue un trabajo escrito por
él, dirigido por un Director Teatral radicado en Argentina. Para mi hizo falta una unidad estética para el
soporte dramático, pero no me aburrí, cosa que siempre sucede cuando los
unipersonales son largos, monótonos y
atemporales. Va bien, mañana indudablemente
será mejor.