sábado, octubre 10, 2015

MONCHO, EL CAPORAL




Lo conozco desde que él era un adolescente.  He registrado en mi memoria como se ha ido adentrando en el teatro poco a  poco, como nos seguía en el TIUN y TENOR en los montajes que dirigía su tío.    Pienso, quizás sin temor a equivocarme,  que así le fue picando el bichito, hasta que se armó su propio cuento en la Universidad junto a otros jóvenes, quienes luego fueron profesionales, políticos, teatristas, padres, quizás hoy ya sean hasta abuelos o abuelas.  Algunos se quedaron en la ciudad o emprendieron rumbos hacia otras geografías.    Pero quien se queda en Iquique se va impregnando de sus tradiciones  y  si desea seguir seriamente en el arte se tiene que ir  perfeccionando para ser respetado por sus pares.   Así ha sido el trascurrir de Ramón Jorquera por las artes escénicas: los zancos, los malabares, el  clown, el espacio mínimo, el cuentacuentos.  Incursionando  desde  lo social, lo pedagógico, lo corporal, lo terapéutico, hasta tener su título profesional de Licenciado en Actuación, sumándolo a su anterior carrera. 

Mas bien conocido como “Moncho”, este se fue bajando de los altos palos, dejando  la nariz roja para meterse de lleno en la reconstrucción de su identidad nortina con un monólogo  -hoy se llaman “unipersonales”-  que va armando la historia de un hombre cincuentón,  el hombre enraizado en la religiosidad popular, un caporal, donde la rutina del trabajo y su responsabilidad laboral no le permite cumplir con su rol social y peregrino de ser uno en ese universo que es “La Tirana”. 

El texto está bien urdido, muestra el estrés laboral de un profesional de los números, su vida familiar, su entorno que se va deteriorando por la rutina a la cual renuncia finalmente para dedicarse al arte.  No es una autobiografía pero pasa a serlo cuando se desnuda del personaje y se revela como el actor, rompiendo la magia teatral desplegando su propio mensaje existencial. 

Este fue un trabajo escrito por él, dirigido por un Director Teatral radicado en Argentina.  Para mi hizo falta una unidad estética para el soporte dramático, pero no me aburrí, cosa que siempre sucede cuando los unipersonales son largos,  monótonos y atemporales.  Va bien, mañana indudablemente será mejor.